Corría el mes de septiembre de 1999, nos acercábamos al fatídico
“Y2K”, todos los hombres (adolescentes, pubertos y adultos)
fantaseábamos con Britney Spears vestida de Colegiala en el video “Baby
One More Time” y yo entrenaba arduamente con el equipo de la Ibero
Tijuana para los Inter UIAs, la competencia deportiva anual de la Ibero,
que ese año se celebraría en Torreón. El futbol había llegado a mi vida
por casualidad, jugaba como Safety en el equipo de futbol americano de
mi escuela y un día, al ir a ver un partido de futbol de mi escuela, en
el que el equipo no se completaba, me puse los guantes, y en una tarde
mágica bajo el arco decidí que el futbol sería uno de los motores de mi
vida.
En los entrenamientos conocí a Freddy, un mediocre
futbolista, pero amo de la fiesta y la mota, con quien hice buenas migas
y me invitó una tarde a ver el partido del Nacional Tijuana en el
Estadio del Cerro Colorado. Para quien conozca Tijuana, sabrá que, en
esas épocas, el trasladarse desde Playas de Tijuana al Cerro Colorado
era una odisea de proporciones bíblicas, un trayecto de aproximadamente
50 minutos el cual, al culminar nos presentaba una panorámica deplorable
de lo que es el futbol: Un estadio de beisbol “adaptado” para la
práctica del más bello de los deportes, unas gradas de cemento pobladas
por cuando mucho 300 personas, de las cuales, 15 eran conformadas por la
gloriosa y legendaria “Masacre Nacional” la porra o barra, como quiera
Usted llamarle del Nacional Tijuana, equipo filial en aquellos tiempos
del Guadalajara.
Aquella primera experiencia en el
Estadio del Cerro Colorado fue tan sutil, tan sublime y tan inolvidable
como los eventos que nos marcan en la vida: El primer beso, perder la
virginidad, o aquel golazo que uno marcó en el barrio y que lo hace
sentir a uno tan hábil y tan especial como Rivaldo, Ronaldo o como el
mismísimo Zidane. Canté, grité, insulté al árbitro y a los jugadores del
equipo rival, todo durante noventa minutos, y al terminar el partido,
sabía que nada sería igual.
Aquella primera odisea se
convirtió, durante los siguientes años en una forma de vida: viajar en
una panel escuchando a Mano Negra, beber cahuamas y fumar hierba antes
de iniciar el partido, cual lo hacen ahora los jóvenes barristas de la
“Rebel” la “Monu” la “51” o la porra o barra que Usted me diga. A este
servidor, el futbol, ese Nacional Tijuana le regaló algunos de los
recuerdos más gratos en la vida y a algunos de los mejores amigos que
jamás alguien podrá encontrar.
Tijuana nunca fue una
plaza futbolera, cuestión por la cual, el Nacional Tijuana desapareció,
le siguieron el Tijuana Stars, los Trotamundos y un largo periodo sin
futbol profesional. Dicho periodo coincidió con la época dorada del
Atlas de Guadalajara, equipo del que mi padre siempre fue seguidor.
Algunos de los mejores recuerdos que tengo con respecto a la convivencia
con mi padre datan de aquellos tiempos: Sentarnos los sábados por la
noche a ver los juegos del Atlas como local. Al ver la emoción que
sentía mi padre durante los 90 minutos, no me quedó otra opción que, en
mi búsqueda por un equipo “de primera” al cual apoyar, tener un
sentimiento de empatía con mi padre y apoyar al Atlas.
De
la mano del Grupo Caliente, el futbol regresó a Tijuana allá por el año
2006, improvisando una deplorable unidad deportiva en un remedo de
estadio de futbol profesional. Con el regreso del futbol profesional a
mi querida ciudad, regresé yo a las gradas, a apoyar al equipo de casa, a
proferir insultos a diestra y siniestra a los árbitros, y a pasar mis
domingos por la tarde disfrutando de mi gran pasión: El Futbol. Por la
ciudad pasaron filiales de los Dorados de Culiacán, del Querétaro y
finalmente llegaron, de la mano del Grupo Caliente, primero el Club
Tijuana y después los Xoloitzcuintles.
La vida me
presentó la oportunidad de estudiar una maestría en el Distrito Federal,
por lo que, esta vez el equipo de mi ciudad no se iba, el que partía
era yo, aunque gracias a la magia de la televisión por cable seguía los
partidos de la Liga de Ascenso. Así, a la distancia, me tocó presenciar
la inauguración de
nuestro estadio, específico para la práctica
del deporte más hermoso del mundo, así como perder una final en la
división de ascenso ante Yucatán.
Una vez concluidos mis
estudios de posgrado regresé a mi amada Tijuana, donde las cosas,
futbolísticamente hablando, comenzaban a cambiar. En nuestro nuevo
estadio se veía cada vez más afición, que si bien, en su gran mayoría no
sabían, o siguen sin saber de futbol, apoyaban al equipo en la Liga de
Ascenso y cada vez el equipo y la plaza pintaban más para aspirar a la
primera división. Nuevamente tenía una cita cada quince días en el
estadio, ya no con la porra, sino con mi padre para apoyar al equipo con
sede en Tijuana.
El año 2011 marcó muchos cambios, no
solo para el equipo, sino para mí también. Ganamos el Clausura 2010,
perdimos el Apertura 2011 y vencimos, en una final cargada de emociones
al Irapuato para por fin obtener el boleto a primera división. Ya para
ese entonces, se notaba un punto de identidad entre los aficionados, y
es que Tijuana es mágica, es una ciudad de inmigrantes que llegan
buscando una vida mejor que la que se puede encontrar en el resto del
país, situación por la cual es difícil encontrar gente oriunda de la
Ciudad, y con ello, un sentido de pertenencia a la misma. Muchos
sinaloenses, sonorenses, chilangos, poblanos y personas de todas partes
de la República encontraban un punto en común en el futbol, un sentido
de pertenencia que “los Xolos” le daban a la Ciudad.
La
vida me volvió a llevar al Distrito Federal, solamente pude presenciar
el debut de los Xolos en Primera División, con derrota ante Morelia, ya
que una semana después viajaba al Distrito Federal junto con mi esposa
por virtud de una buena oportunidad de trabajo, pero la semilla, que se
había plantado, no en 1999 con el Nacional, ni en 2006 con los Xolos,
había germinado en mí, el sentido de tener a un equipo en mi ciudad me
había hecho sentir ese fuego que se siente en el vientre cuando el
equipo al que uno ama juega y que solo quienes amamos el futbol y
entendemos el significado de la palabra pasión podemos comprender.
Hoy
estoy casado, vivo en el Distrito Federal y aprovecho cada oportunidad
que tengo para ver jugar a los Xolos, ya sea en Tijuana o de visita. Ese
sentimiento llamado pasión, ese que busqué alguna vez en el Atlas, en
la Selección Mexicana y que nunca había encontrado se encontraba dentro
de mí.
Hace un mes aproximadamente viajé a Tijuana a ver a
mis padres, aprovechando para ir a ver el partido Xolos Vs. Atlas,
dónde el equipo de Tijuana ganó dos a cero y aseguró la permanencia en
la Primera División. Esa tarde diez años después, sentado en la grada
del Estadio Caliente junto a mi padre me di cuenta que ambos, que
pasábamos nuestros sábados viendo los juegos del Atlas apoyábamos de
todo corazón a los rojinegros, sí, a los rojinegros de Tijuana, a los
Xoloitzcuintles de Tijuana.
Por eso le voy a Xolos.
Daniel Vergés
No hay comentarios:
Publicar un comentario