miércoles, 15 de diciembre de 2010

En memoria de un león

Delfino se llamaba mi amigo. Era guardián del colegio de mi abuela, le gustaba el fútbol, al igual que a muchos en esta tierra y en este país llamado Guatemala. Sus colores eran amarillo y blanco: leones y cremas. Había nacido en San Marcos, tierra de los Leones del Marquense. Hoy, este señor, del cual nunca supe su apellido, se encuentra, tal vez, en algún lugar mejor.

Con él hablaba de fútbol nacional, rojos, cremas, Marquense, Xelajú, entre otros. No era un experto, pero bien se podía entablar una buena conversación futbolera con él. Seguramente su más acérrimo sueño fue ver a su equipo campeón: nunca lo logró, lastima. ¿Tendrá la espinita clavada? También, creo que soñaba con ver a su país en una Copa del Mundo, ¿dos espinitas?

La imagen más bonita de él la tengo muy presente: era de mañana, el ídolo blanco acababa de vender sus colores y se había convertido en rojo. A ese “ídolo” le siguen llamando “el loco”, Mario Rafael Rodríguez. “El loco se volvió loco” me dijo, “¿Por qué?” pregunte yo, “se volvió rojo” me contestó Delfino con sus más de 60 años a la espalda.

También recuerdo como me dijo dos días antes de que Marquense perdiera su primera y única final nacional: “Vamos a ser campeones, Javi”. Ojalá y así hubiera sido, que alegre se hubiera puesto mi amigo Delfino.

En fin, esta vida es cruel, y este relato es más que un relato de fútbol. Es un relato para reflexionar sobre la vida, sobre fútbol y sobre lo que tenemos. Mi amigo Delfino vio pasar su vida frente a un autobús, dicen. Lo que para algunos es una cosa insignificante, para otros, significa mucho. Ayer me di cuenta que puedo esperar toda una vida para cumplir mis metas futboleras, además no dependen de mí. Y si no las cumplo, se que habrán muchos iguales a mí.

Dedicado a la memoria de mí amigo Delfino, que en paz descanse. “Ojalá y este en aquel lugar al que algunos llaman Cielo”, esperando ver a sus leones campeones.

Javier del Cid.

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