sábado, 12 de junio de 2010

En el año de 1989...

Escuela Primaria Urbana Federal "Cuauhtémoc", así se llamaba la primaria a la que asistí. Una peculiar escuela con una inagotable fuente de altercados: una sola cancha de futbol. Ahí recibí la más elemental (en el sentido exacto del significado de esta palabra) educación. Ahí aprendí sobre futbol. Y no, nunca aprendí a jugar futbol.

Les contaré sobre el glorioso año de 1989, donde nació, floreció y murió una rivalidad única e igualita a muchas otras, la rivalidad entre quinto "a" y sexto "c". Era el verano de 1989, el calor hacía mella en la terregosa, única y disputada cancha de futbol. Fue un cinco de septiembre de 1989 (lo verifiqué en el calendario, mi memoria ojalá y diera para tanto), primer día de clases. Después de escuchar al profesor Paco por dos horas seguidas hablar de operaciones aritméticas. Sonó el timbre que indicó el inicio del recreo y ahí comienza esta historia...

Salí del salón, confiado en ir jugar al futbol, con la pelota bajo el brazo, y caminando a la diestra de mi defensor (no en el sentido futbolístico, en el sentido más amplio de la palabra) el "patotas".

Tomaré una pausa para hablarles del "patotas" mi vecino, protector, mejor amigo y testigo en primera fila de mis primeros fracasos. En la cancha, si se la dabas al patotas en el área, siempre la resolvía; en geometría, si le pedían un área al patotas, nunca la resolvía. En gramática, nunca pudo conjugar. En la cancha, disfrutaba con jugar. El patotas solo defendió cuando me intentaron robar el lonche, cuando uno de sexto quiso pegarme (incluso uno de secundaria), o cuando me intentaron quitar áquel mesabanco; en la cancha, eramos los más malos quienes defendíamos. El patotas era pues, el mejor centro delantero que habían visto mis ojos. El mejor centro delantero de todo el mundo, de mi mundo en áquel entonces.

Volviendo al recreo, llegamos a la cancha, y tomamos la portería norte para jugar un "metegol"; ojos incrédulos nos veían como si estuviesemos, no sé... cagando una iglesia, por encontrar un símil. Los de sexto, que habían llegado a la portería sur, caminaron al norte y comenzaron a tirar en nuestra portería, intentando amedrentarnos. Hasta que el patotas con su voz ronca, por eso de la entrada a la adolescencia y con algo de coraje, les dijo que chingaran a su madre (así les dijo pues) y que si qué pedo, una cascara o unos putazos. Todos sabíamos que a pelear, no iban a ganarnos (bueno, no iban a ganarle al patotas) pero en el futbol, estaría muy parejo, y que sí, que comienza el partido.

Fue un espectacular partido y no, no por efecto dramático voy a mentir. Les pasamos por encima. Algo especial pasó ese día, dí seis asistencias. Sí, tan solo había que patearla pa'l área contraria y el patotas la metía. De cabeza, de zurda, de derecha, de tacón, hasta un gol con el hombro hizo.

Todo ese año la cancha fue nuestra. Nunca, nunca tuvimos que apurarnos para ganar la cancha, a partir de ese día pudimos ir a la "cooperativa" a comprarnos un gansito, un pau pau o unas lourdes, y después la cancha nos esperaba. Ganamos con goles, algo que solo con goles puede ganarse: el tiempo.

La rivalidad, siguió todo ese año. Y sí, muchas veces nos ganaron; muchas veces, el patotas falló una increíble; muchas veces el patotas, prefirió aprender a fumar; muchas veces, el patotas decidió no ir a la escuela.

Después de ver el partido contra Sudáfrica y recordar mi infancia, concluyo algo: Aguirre, debió llamar al patotas.

El Lucho

El patotas, hoy, se encuentra enfermo y tal vez no logre leer esto. Ojalá y sí. Todavía queda mucho por jugar.

2 comentarios:

Obdulio Varela dijo...

Sólo quiero decir que en todas las escuelas del mundo hay patotas en la mía era el chino, que en paz descanse.
Gracias por hacer trabajar mi memoria, excelente columna Lucho.

Javier del Cid dijo...

Que grande Lucho, me hiciste recordar cosas que no sabia que tenia guardadas todavía.

Gran columna Lucho.